-¡Camará, a la mar!
-¡Batalla, a la mar!
Era la hora de la marinería, pero antes de salir a pescar era obligado beber un tazón de humeante café. Entonces, eran varios los chigres con los que contaba la villa, entre ellos: “La Venta de la Uña”, “La Bombilla” ,“El Camarote” ,“La Casa de Xupila” y “El Catipunan”, todos frecuentados solamente por hombres y generalmente gestionados por una mujer. Según nos cuenta Elviro Martínez, en una de sus magnificas colaboraciones en el decano de la prensa asturiana, la estación favorita del ritual del primer café del día de los marineros era “El Catipunan”. A sus puertas los esperaba la tía Vicenta, que abría a las cuatro de la mañana y servía el café con terrones de azúcar y unas gotas de caña de la Habana, por el módico precio de un cuarto. Después, el primer pitillo del día, y así más animados y a la contraseña de “pa la mar”, Castro, Camará, Batalla, Herrero, Manzano, Patiño y tantos otros, durante generaciones, emprendían el camino del puerto.
Posteriormente, “El Catipunan” se convirtió en una suerte de sociedad a la que no le faltaba reglamento y un lema que rezaba: “Para cuatro días que vamos a vivir”, el cual figuraba en el membrete del papel que para actos “oficiales” utilizaba.
Imagen, Valentín Orejas
Precioso recuerdo articulado por Maiche… Del sabor del puerto que yo recuerdo de chaval en los 70 cuando veraneaba en el puerto de Lastres y amaneciendo salíamos a la Xiarda en la lancha del Dr. Moran y caceabamos hasta Ribadesella. Recuerdo desayunar en el puerto el cafetazo de manga interminable…. con azúcar de terrón… en efecto. Los marineros siempre liando pitillos de tabaco a granel (jamás cajetillas)…. El buen humor… eran épocas en que todo parecía marchar… Me imagino que de ahí el dicho… cualquier tiempo pasado fue mejor.
Gracias Maiche… eres un sol
Bonito recuerdo Perela, pues desde casa, siendo yo muy chicu, muchas veces oí esas voces aunque las que más recuerdo don «Pin», Lolo y Tano. Posiblemente porque vivían por ahí cerca. A mi me tocó ir a despertar, con muchas anécdotas, a Gelo, en la calle Mayor y a Tajuelo en el Cuetu. Es este segundo caso, casi cada llamada costaba un despertador, que era el que me azotaba contra la ventana. Era mundial. Un abrazo.
Viví situaciones parecidas de avisos matinales entre cazadores (en todas partes cuecen habas). El texto me pareció interesante y la fotografía inconmensurable. Saludos.
Buenos días a los tres. Aunque con retraso damos las gracias a los tres, Juan Ignacio Moreno, Fernando Suárez Cue y Lucca Brasi por vuestros bonitos comentarios al primer café del día de aquellos tiempos en que la villa respiraba tanto ambiente marinero. Abrazos