No es la primera vez que escribo sobre don Tomás del Cueto Vallado, para los que no sepan quién era, les pongo en antecedentes: cura párroco de la Iglesia de Santa María muy popular y querido en todo el Concejo.
Nació en Hontoria el 12 de enero de 1813, siendo bautizado en Llanes, condición sine qua non para ser beneficiado, habiendo sido el último de ellos y también el último alumno educado por los monjes de San Benito.
Eran muy famosas sus aleluyas, que versificaba sin linderos literarios ni reglas retóricas. Como ejemplo de su habilidad, recogemos la que dedicó al misal que donó a la capilla del Cristo, y que se imprimió en la primera hoja del mismo:
“Este misal lo ha donado don Tomás Cueto del Vallado
Una onza le ha costado
Y lo deja a su muerte con destino
al Santo Cristo del Camino”.
Además, y eso es lo que quiero contar siguiendo una anécdota que nos ha llegado gracias a Fernando Carrera, al ejemplar clérigo le gustaban mucho los animales. Así, su casa era una suerte de Zoo, donde vivían multitud de gatos, un perro, una ardilla, canarios, calandrias, un loro, y en la huerta, gallinas, abejas y patos.
Conociendo a uno de sus ahijados, que era marino y viajaba mucho, la afición de Don Tomás por los animales, al pasar por un mercado de Marruecos no se pudo resistir y le compró a su padrino una mona.
El cura la recibió con mucha ilusión, bautizándola con el nombre de Martina y acomodándola dentro de una jaula en la solana. Sin embargo, el ama del cura, Silvestra, no tardó mucho en declararle la guerra a Martina, ya que ésta de vez en cuando se escapaba de su prisión y hacía diabluras. La gota que rebasó el vaso fue cuando en una de sus escapadas se coló en el desván y terminó dentro de un bote de chapapote del que tras mucho esfuerzo logró salir, pero, como no podía ser de otra manera, rebozada en ese líquido espeso y pegajoso y dejando huellas por donde pasaba. Martina, muy asustada, se ocultó en la cama de Silvestra, y cuando ésta se fue a acostar, encontró a la mona, la cual huyó despavorida. El ama de llaves al ver sus sábanas negras armó un gran escándalo y la mona no acabó apaleada con la escoba gracias a la rápida intervención de don Tomás.
A los pocos días llegaron a Llanes unos húngaros, con sus osos y monos, a acampar en la Vega de la Portilla, y Silvestra vio la ocasión de vender a Martina, lo cual hizo por 30 reales. ¡Los 30 dineros de Judas!, decía el párroco entristecido.
Al año siguiente, los húngaros volvieron a la villa, y al pasar Don Tomás por la Plaza Mayor vio a Martina bailando y ambos se reconocieron, precipitándose la mona en el hombro de su antiguo dueño, al que le cayeron las lágrimas. El bueno de don Tomás pretendió comprar a la mona, pero no lo consiguió, ya que el nuevo propietario se negó rotundamente, alegando que le había costado mucho trabajo enseñar a bailar a Martina.
Cuentan que ésta, como si hubiera entendido la conversación, siguió en la esclavitud pero nunca más volvió a bailar.
Fuentes, “El Oriente de Asturias”y “La Historia y la Anécdota” de Fernando Carrera
Imagen, Valentín Orejas