“En el corazón del mar”

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“En el corazón del mar”.

(La aventura del ballenero “Essex”)

Este libro, escrito por Nathaniel Philbrick recrea una de las mayores tragedias del siglo XIX, y relata una de las crónicas más trágicas y emocionantes de la historia marítima, la de unos hombres al borde del horror, y cuyo coraje y lucha por sobrevivir, fueron más allá de cualquier límite imaginable, describiendo el hundimiento del barco ballenero “Essex” en 1820, por el ataque de un cachalote mientras faenaba en el Océano Pacífico, y las terribles circunstancias que posteriormente sufrieron los veintiún marineros que formaban su tripulación, basándose en los escritos que dejaron el primer oficial, Owen Chase, y el miembro más joven, Thomas Nickerson, el grumete de 14 años, y sobre los cuales, el autor hace una crónica detallada de la vida a bordo del “Essex”, las condiciones en las que vivían y trabajaban, la captura del cachalote y la obtención final del aceite, el gran negocio de la época,  para seguir con las tribulaciones que pasaron durante casi tres meses los supervivientes.

En el mes de agosto de 1819, el barco ballenero “Essex” zarpó del puerto de Nantucket (Massachusetts), en la costa Este de los Estados Unidos, y que, por aquel entonces, era el centro ballenero por excelencia. Tenía el barco 27 metros de eslora y 238 toneladas de desplazamiento, y zarpó con el objetivo de cazar ballenas durante dos años, para regresar con sus bodegas llenas del precioso cargamento como era el aceite. En esos momentos, su capitán George Pollard Jr., de 28 años, no era consciente de la aventura que el destino le tenía preparada. Cabe destacar que, para la época, el aceite de ballena era algo así como el petróleo hoy en día, por lo cual los marineros pasaban varios años por esas Mares cazando ballenas, hasta poder regresar, como en este caso, al muy concurrido puerto de Nantucket.

Quince meses después, el 20 de Noviembre de 1920, cuando el buque se encontraba en el Pacifico Sur, a 1500 millas al Oeste de las Islas Galápagos, y a tan solo 40 millas al Sur del Ecuador, fue alrededor de las 08:00 h. de una luminosa mañana, cuando los vigías descubrieron varios “chorros”, y tras la famosa y conocida voz de “ballena” (lo de “por allí resopla”, es muy de las películas americanas), se dan las órdenes pertinentes y los guardianes del barco, aproan al “Essex” al viento, y con la gavia en facha, arriaron los tres botes a la Mar, para darles caza. Los botes iban mandados por el capitán George Pollar, por el primer oficial Owen Chase, y por el segundo oficial Matthew Joy. Y ahí, amigos, comenzaron sus desventuras.

Chase y Joy, consiguieron sus capturas, pero uno de los cachalotes, pues era una manada de ellos y no de ballenas, posiblemente un macho dominante, y el más grande, pues los testigos afirmaron posteriormente, que con sus 26 m. de envergadura, 5 m. de quijada, 6 m. de anchura de cola, y sus 80 toneladas de desplazamiento, se dirigió con inusitada violencia hasta el “Essex”, al que embistió con enorme furia varias veces, hasta que abiertas las costuras del tablazón de su “obra viva”, consiguió rendirle, provocando su rápido hundimiento, mientras los tripulantes estaban persiguiendo y arponeando a otros miembros de la manada. 

El barco naufragó a 2.000 millas náuticas (3 700 kilómetros) al Oeste de la Costa Occidental de Sudamérica. Tras el naufragio, los veintiún marinos se repartieron en las tres pequeñas lanchas balleneras usadas como botes de salvamento, con escasos suministros de comida y agua fresca. Tras algunos días de navegar a la deriva arribaron a la inhabitada Isla Henderson, perteneciente al grupo de las Islas Pitcairn, actualmente territorio de Gran Bretaña.

La travesía duró tres meses, pero el hambre y la sed, los empujó a puros actos de canibalismo como medio de subsistencia, a los que se vieron abocados los pocos supervivientes de la desafortunada tripulación del ballenero. Uno por uno los hombres del Essex fueron muriendo. Los primeros en morir fueron amortajados en sus ropas y sepultados en la Mar, siguiendo la costumbre. Sin embargo, al agotarse la comida los hombres recurrieron al canibalismo para lograr sobrevivir, alimentándose de los cuerpos de sus compañeros muertos. 

Hacia el final de la terrible experiencia, la situación en el bote del capitán Pollard se hizo extremadamente crítica. Los hombres debieron hacer un sorteo para determinar quién debía morir para la supervivencia de los demás integrantes de la tripulación. Un joven llamado Owen Coffin, primo menor del capitán Pollard, al que él había jurado proteger, perdió el sorteo. Un nuevo sorteo debió hacerse para determinar quién sería el ejecutor de Coffin. Su joven amigo Charles Ramsdell fue el elegido. Ramsdell le disparó a Coffin, y sus restos fueron consumidos por Pollard, Barzillai Ray y Charles Ramsdell. Algún tiempo después Ray también murió. Los sobrevivientes a este viaje, Pollard y Ramsdell, subsistieron royendo los huesos de Coffin y Ray, hasta su rescate.

Para no haceros la narración muy larga, os diré que tres meses después de la catástrofe, el 19 de febrero de 1.821 el bergantín “Indian” de Londres, al mando del capitán William Crozier, recogió a los cuatro esqueléticos sobrevivientes, entre ellos el contramaestre Owen Chase, quién testimonió luego la terrible historia. A la tercera lancha, y a menos de una semana del hundimiento, lo perdieron de vista debido a las fuertes corrientes oceánicas, y desde entonces ya nunca más se supo de ellos, desapareciendo para siempre en la “Inmensidad azul”.

El capitán Pollar fue rescatado cuando la tripulación del barco “Dauphin” , bajo el mando del capitán Zimri Coffin, vio un pequeño bote a la deriva hacia las costas de Sudamérica. Al acercarse, descubrió un montón de huesos humanos junto a dos supervivientes. El hambre había obligado a los marineros a comerse a sus propios compañeros. Quince días después los dejaba sanos y salvos en Valparaíso.

En el momento del rescate del último de los ocho supervivientes, el 5 de abril de 1821, siete marinos habían servido de alimento a sus compañeros de naufragio.

Con el tiempo los rumores del hundimiento llegaron a oídos del joven Herman Melville. En su momento, Melville escribió “Moby-Dick”, donde se dice que un cachalote es capaz de actos similares.

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