Con esta pintura del Retablo de nuestra Basílica ilustramos un extracto de un cuento sobre la Adoración de los Reyes, en el cual su autor Ramón María del Valle- Inclán nos deleita con una prosa muy trabajada y un lenguaje desbordante.
– ¡Pasad!
Y aquellos tres Reyes, que llegaban de Oriente en sus camellos blancos, volvieron a inclinar las frentes coronadas, y arrastrando sus mantos de púrpura y cruzadas las manos sobre el pecho, penetraron en el establo. Sus sandalias bordadas de oro producían un armonioso rumor. El Niño, que dormía en el pesebre sobre rubia paja de centeno, sonrió en sueños. A su lado hallábase la Madre, que lo contemplaba de rodillas con las manos juntas. Su ropaje parecía de nubes, sus arracadas parecían de fuego y como en el lago azul de Genezaret rielaban en el manto los luceros de la aureola. Un ángel tendía sobre la cuna sus alas de luz y las pestañas del Niño temblaban como mariposas rubias, y los tres Reyes se postraron para adorarle, y luego besaron los pies del Niño. Para que no se despertase, con las manos apartaban las luengas barbas que eran graves y solemnes como oraciones. Después se levantaron, y volviéndose a sus camellos le trajeron sus dones: Oro, Incienso y Mirra.
Y Gaspar dijo al ofrecerle el Oro:
– Para adorarte venimos de Oriente.
Y Melchor dijo al ofrecerle Incienso:
– ¡Hemos encontrado al Salvador!
Y Baltasar dijo al ofrecerle la Mirra:
– ¡Bienaventurados podemos llamarnos entre todos los nacidos!
Y los tres Reyes Magos despojándose de sus coronas las dejaron en el pesebre a los pies del Niño. Entonces sus frentes tostadas por el sol y los vientos del desierto se cubrieron de luz, y la huella que había dejado el cerco bordado de pedrería era una corona más bella que sus coronas labradas en Oriente… Y los tres Reyes Magos repitieron como un cántico:
-¡Éste es!… ¡Nosotros hemos visto su estrella!
Reproducción de la imagen, Valentín Orejas
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