Hasta mediados del Siglo XIX, el hombre no consiguió domesticar el frío, por eso, y hasta ese momento, el transporte de mercancías perecederas se veía seriamente limitado por lo que, para mantenerlos en un estado aceptable, se tenían que usar medios de conservación muy “agresivos” que cambiaban las características organolépticas de los productos, como podía ser la sal, que es la que nos acompaña desde tiempos inmemoriales para conservar los alimentos.
A pesar de que se había ideado y aplicado y sistemas como son los ahumados, los encurtidos, la cocción, el confitado, la fermentación (aquí entran los quesos y yogures), estos habían conseguido el conservado de los productos sobre los que se han aplicado, pero bien es verdad de que con ellos se ha modificado el producto original, y aunque el arte de la cocina es bien cierto que también transforma los alimentos, lo que realmente se necesitaba era un sistema de conservación que permitiera el transporte masivo de alimentos, y a la vez que no afectara los productos.
Es ahora cuando aparece en escena Ferdinand Philippe Édouard Carré, ingeniero francés mejor conocido como Ferdinand Carré, por ser el inventor de los equipos de refrigeración utilizados para producir hielo, con su primera máquina de enfriamiento por absorción, un método que, aún hoy en día, es utilizado por los beneficios económicos y ecológicos que aporta al aprovechar las energías renovables
Fue en 1858 y mediante trabajos con éter metílico y trietilamina, llegaron al mercado las primeras neveras, que permitían mantener los alimentos frescos durante más tiempo,
A partir de ahí, y mediante estos trabajos previos de Ferdinand Carré, el también francés Charles Tellier fue capaz de construir una planta refrigeradora con compresores de éter metílico instalada en un barco de carga.
Aquí empieza de verdad nuestra historia marítima, fresca y naviera, cuando Tellier, en 1869, organiza la primera gran expedición marítima de transporte refrigerado de alimentos, que debido a la falta de potencia del sistema y al mal aislamiento de sus bodegas, los alimentos llegan todos deteriorados, porque no fue capaz de mantener suficientemente baja la temperatura de las bodegas, constituyendo un rotundo fracaso toda la expedición.
Muy obstinado Tellier, en 1876 organizó de nuevo otra expedición trasatlántica con otro barco, este de 66 metros de eslora y 500 toneladas de capacidad, y que contaba con una motorización que le permitía alcanzar y mantener una velocidad de 8 nudos. Como la mayoría de los barcos de su época, también armaba tres mástiles con su correspondiente aparejo por si se necesitaba la navegación a vela.
Esta vez, la modificación mas importante y que fue el primero en aplicarla, es que contaba con la incorporación de una potente planta de creación de frío y con sus bodegas aisladas térmicamente mediante el recubrimiento con una gruesa capa de corcho.
El barco fue bautizado con el nombre de “Frigorifique”, y la intención de Tellier, era aprovechar el bajo precio que tenía la carne en Argentina y Uruguay, para establecer un canal de exportación hacia Europa, que terminará por hacerle rico.
Junto a él, y todo hay que decirlo le acompañaban dos uruguayos, Francisco Lecoco y Federico Nin Reyes, que además establecieron la primera planta frigorífica de América, en 1902, en La Villa del Cerro (coloquialmente “El Cerro”), barrio de la ciudad de Montevideo, y a la que llamaron “La Frigorífica Uruguaya”.
A partir de ese momento la perfección y proliferación de los barcos frigoríficos, incluidas las grandes unidades de buques factorías dedicadas a la manipulación y conservación de la pesca en todas los Mares del mundo, fue tan solo un problema de… “Darle tiempo al tiempo”.
Buena Mar y hasta la vista amigos.
Fernando Suárez Cué
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