A mediados del siglo pasado, un boticario de Gijón, Tomás Vázquez Azpiri, fue haciéndose, como si se tratara de una suerte de puzzle, con las pequeñas fincas que conformaban la Península de Borizo.
Y en esa formación rocosa, que penetra hacia el mar abierto, flanqueada por las playas de Troenzo y Borizo, que guarda en su interior una cala, La Tayada, de aguas azules muy claras, y desde la que se puede ver el perfil de la cara de Cristo, construyó Don Tomás, casado con una celoriana, una casa para veranear.
No pasó mucho tiempo, para que aquel paraíso natural, abierto en acantilados y en el que el campo verdea hasta en agosto, refugio de paz y tranquilidad, frecuentado solamente por pescadores y las amistades de los Azpiri, que se quedaban sin aliento ante tanta belleza, estuviera triste y alarmantemente en boca de todos.
Ocurrió que un domingo de julio del año 1951, nadie reparó en una pareja que paseaba por los alrededores de la Península. Se trataba del famoso bandolero Bernabé Ruenes Santoveña que, disfrazado de mujer, y junto a un compinche, se coló, a punta de pistola, en la casa de los Azpiri con la pretensión de que se le entregaran treinta mil duros, una fortuna en aquellos tiempos. Al no tener, como era lógico, dicha suma encima, Nabé se llevó como rehén a un hijo del matrimonio, de apenas 19 años.
No se sabe lo que al final pagó Don Tomás por volver a ver a su vástago vivo, lo que si trascendió fue que un vecino de Celorio, en bicicleta, llevó el dinero a las proximidades del Mazucu y el joven Héctor, que así se llamaba el secuestrado, resultó liberado.
La incomparable península, escenario de películas, y que ha sido llamada de muchas maneras, desde Montemar, denominación que le dio Azpiri, hasta Cumbres Borrascosas, en memoria de la célebre novela, y que conocemos como “de Borizo”, el masculino del nombre con el que en el Oriente de Asturias denominamos a las bruma marítima, pasó por diversas manos. El primer dueño, su artífice, se la vendió a un catalán apellidado Prat, que encendió a los celorianos por cerrar la península y se enredó en múltiples pleitos; también perteneció a los Masaveu, e incluso se barajó la idea de que fuera sede de una fundación vinculada al medio ambiente.
Cuando la recorro por la servidumbre de costas, me viene a la cabeza, además del secuestro del hijo de los Azpiri, aquel bandolero que se echó al monte tras tener una discusión con un sargento al que rompió un mosquetón en la cabeza. Y sobre todo que de críos nos impresionaba escuchar, cada dos por tres, que se rumoreaba por los mercados, plazas y bares del Concejo que se había visto a Bernabé, ya que no estaba muerto como se contó, sino que huyó a Venezuela donde se hizo la cirugía estética, y por eso su familia siempre hablaba de él en presente.
En fin, así se tejen las leyendas…
Fotografía: Valentín Orejas
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