Presente en el centro del puerto de nuestra bella Villa marinera durante más de 60 años, fue un icono para nosotros, los llaniscos, tanto o más como lo es la Tour Eiffel para los parisinos en particular y los franceses en general, y como ellos, una finísima línea separaba a sus defensores y sus detractores.
No pienso discutir ahora sobre lo que pudo ser y no fue, posicionándome entre unos y otros, ya que mi opinión no valdría demasiado por ser totalmente parcialista.
Desde muy crío, creo que antes de tener uso de razón, al asomarme a la galería de la casa de “Santana”, lo primero que veía, era aquella extraña pero fascinante estructura, que, por posición, su estable seguridad, esbeltez y fortaleza, a mí me parecería una señora, una “Gran Señora”, una señora que me gustaba y que hubiera podido llegar a cortejar.
Vio la luz allá por el año 1934 y estuvo con nosotros durante 60 años, antes de que la hicieran rendirse ante la piqueta en 1994
En defensa de tan terrible desaguisado, hay quien defiende que fue un “monumento u homenaje a la chapuza nacional”. No estoy de acuerdo, fue una obra como la cual no hubo otra desde la desembocadura del río Adur en Bayona hasta el cabo de Creus en Gerona, y el que una serie de vicisitudes, tanto políticas como económicas, impidieran que no le lograra el fin para la que estaba destinada, no es óbice para declararla “chapuza nacional”.
“¿Qué culpa tiene el tomate,
de nacer en una mata,
que lo metan en una lata,
y cobren un disparate?
¿Qué culpa tiene el tomate?
No mereció nunca ese calificativo, máxime cuando fue poseedora de un claro protagonismo en la imaginería popular y una significación simbólica incontestable.
Concebida por el ingeniero José María Aguirre, y parida por el contratista gijonés Bienvenido Alegría, estaba incluida, ya en 1929, en el plan de la ansiada obra que con un espigón uniría la roca denominada “Cabeza del Caballo”, con un peligroso bajo, consistente en una roca a media agua denominada “La Osa”. Otro de los grandes iconos de nuestro puerto exterior, y con el que guardaba una profunda relación de identidad.
Su emplazamiento se determinó que fuese en el muelle de Santiago en la zona portuaria denominada entremuelles y frente al Sablín, para que, una vez instalada y en funcionamiento, consiguiera en lo posible, que el puerto permaneciera siempre con agua, para evitar cierto quebranto en las lanchas, y sobre todo no sufrir las mismas y el característico hedor del Riveru, cuando sus arenas fermentaban a bajamar.
Se acaban las obras. Desde la “Cabeza de Caballo” se alarga el espigón que llega hasta cubrir la peligrosa “La Osa”, pero la Compuerta sigue sin poder efectuar su cometido y aunque toda la villa se pregunta cuando iba a acabar, no hay contestación… ¡No se acabará!… Y allí queda, sola, esbelta y vigilante.
Bajo sus pies desfilaron participando en las Saleas, y bellamente empavesadas, lanchas tan grandonas como la “Eloina” de Estanislao Herrero (“Tanislao”), o más chicas como la “Jalisco”. de Antonio Herrero García (Toño “el de Mimi”)
Contempló tanto como los suaves juegos de los críos, como los saltos y ruidosos baños de adolescentes y fue testigo de innumerables y románticos paseos, ya atardecido, de aquellas parejas que empezaban a descubrir la vida.
Todavía no me explico a quién, o a quienes les podía molestar o hacer daño la presencia de la “Gran Señora”, para dirigir hacia ella la inmisericorde piqueta.
Acordémonos que era una estructura emblemática, ejemplo de la arquitectura industrial de su tiempo, y que todo el mundo sabía dónde estaba erigida, ya que su perfil era inconfundible, pues no había otra igual, ni tan solo parecida en toda la costa peninsular, la portuguesa incluida
Por eso la recuerdo con añoranza, porque su recuerdo me coloca en una franja de mi vida que abarca desde los 5 y los 46 años. ¿Qué fueron tiempos mejores que los que estoy viviendo ahora? Sinceramente no lo creo, fueron diferentes.
En fin, amigos.
Buena Mar hasta la vista,
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