LA TALÁ (LA ATALAYA)

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“Atalaya” (del árabe clásico “ṭalā’i” y del árabe hispánico “aṭṭaláya”), o “torre de vigilancia” es un tipo de fortificación utilizada en muchas partes del mundo, y que difiere esta construcción de otros tipos de torres en que su uso primario fue el militar, distinguiéndose, en que, por lo general, es una estructura aislada. Su objetivo principal es proporcionar un lugar alto y seguro desde el cual poder realizar la vigilancia y hacer observaciones militares. 

En algunos casos, son torres de uso no militar, como las religiosas, que también pueden ser utilizadas como atalayas, aunque como curiosidad, señalaremos que en el ámbito religioso también se utilizaba este término para hacer referencia a profetas, que como emisarios que eran de Dios tenían como fin de guiar al hombre por el buen camino.

También las eminencias naturales con buena capacidad para “atalayar” (registrar el campo o la Mar), para dar aviso de lo que se descubre o se observa.

La importancia de las atalayas ha disminuido tanto en la guerra moderna como en la civil, debido a la disponibilidad de formas alternativas de vigilancia inteligente, como el reconocimiento por satélites, o vehículos aéreos no tripulados.

Los recintos carcelarios, los campos de concentración y otras instalaciones semejantes utilizan también torres de vigilancia, que en este caso tienen como función tanto la vigilancia hacia el interior como hacia el exterior.

Sigamos. La importancia de las atalayas ha disminuido tanto en la guerra moderna como en la civil, debido a la disponibilidad de formas alternativas de vigilancia inteligente, como el reconocimiento por satélites, o vehículos aéreos, o terrestres, no tripulados.

En España existen restos, en mejor o peor grado de conservación, de un gran número de fortificaciones de este tipo, especialmente en la costa (torres de vigilancia costera) y en las zonas que fueron fronterizas entre la Corona de Castilla y el Reino Nazarí de Granada, particularmente en la frontera delimitada por el Pacto de Jaén, consistentes usualmente en torreones de “tapial” (molde empleado para fabricar tapias que está compuesto de dos tablas paralelas sujetas a cierta distancia mediante unas barras agujereadas y unos listones que las atraviesan), o “mampuesto” (piedra sin labrar que se puede colocar en obra con la mano), llamadas “torres vigía” o “torres ópticas”. Solían formar sistemas complejos de vigilancia, situándose a distancia suficiente como para ser visualizadas unas desde otras, usando para favorecer ese fin, el humo durante el día, y el fuego durante la noche.

Respecto a nuestra Villa, quedan restos en su concejo de “atalayas”, que, servidas por atalayeros y faroleros para la costera de invierno, pagados por la “Cofradía de Mareantes de San Nicolás” (anotados como Gastos, en la Economía de la Cofradía), era reforzadas durante el periodo de caza de cetáceos por el Ayuntamiento, el que, a diferencia de otras villas, contrataba nuevos atalayeros, percibiendo estos un salario de 200 reales, pagaderos en dos partes, una al inicio de la campaña de caza, y otra al final de la misma, se matasen o no ballenas.

Estas atalayas, se situaban en lugares altamente estratégicos, y constantes a lo largo de la costa de Llanes, de forma que, desde una de ellas, se pudiese visionar a las otras dos que tenía más cerca, siendo en nuestra costa las que estaban situadas, de Poniente a Levante, en el “Cabo San Antonio” (Picones), en la “Punta de Jarri” o “Punta de la Torre”, y en la cueva del “atalayaderu” (Cueva de “El Taleru”), en nuestro incomparable Paseo de San Pedro. 

En el Atlas de Pedro Texeira, elaborado por encargado del rey Felipe IV (el ‘Rey Planeta’), en 1622, el levantar el plano de nuestro puerto, señala y marca, en su parte inferior derecha otra “atalaia” sobre la “Punta de Santa Clara”.

Estas construcciones acostumbraban a tener una caseta para uso y beneficio de los atalayeros, y estaban provistos para su trabajo, de un anteojo (catalejo), con un radio de acción que no superaba las veinte leguas (60 millas náuticas).

Ante el avistamiento de los cetáceos, los atalayeros hacían hogueras que produjeran un denso humo, como el quemar árgoma verde untado con brea, durante el día, y quema de madera seca y resinosa que produjera un fuerte y vivo fuego, si la noche se les venía encima. En el caso de nuestra Villa, ese evento estaba acompañado por el intenso tañer de las campanas de la Iglesia, y además por las voces de los vecinos que gritaban… ¡A la ballena! … ¡A la ballena!

A partir de ese momento, comienza una fuerte actividad colectiva, en la cual los patrones y remeros de las embarcaciones que zarpan hacia la zona de avistamiento del cetáceo usan su gran destreza para acercarse a la presa, a “remos sordos”, o sea, sin excesivo chapoteo (a veces hasta cubiertos con pieles), siguiendo las establecidas normas de captura con el fin de evitar los errores que pudieran causar el fracaso de la caza. 

Una vez cazada la ballena, se la atoaba, durante el día, hasta una playa para su despiece y elaboración, siendo los lugares más comunes de arribada los sables de “San Antonio” en Nueva, y “Estacones” (el actual Sablón) en Llanes, siendo totalmente imposible, tal como se ha escrito y dibujado, el que las ballenas se introdujeran en el puerto de la Villa, pues tanto su larga y peculiar estructura, como el problema de la falta de agua a bajamar, hacía del todo imposible la entrada de las embarcaciones, y en el caso de que la pleamar, esta acarrearía grandes dificultades para su despiece, por lo cual el puerto de la Villa de Llanes quedaba descartado, pues no era apto para tales menesteres.

Algunas veces los cazadores se encontraban, con que la ballena iba acompañada por su “calabrote” (su cría), al que era el primero que herían, primero por la facilidad de hacerlo, y segundo para así obligar a la madre a cambiar su rumbo y no abandonarla, y poder arponearla mejor. Ahora bien, es posible que alguno de estos calabrotes muertos, se le atoara hasta la playa de “entremuelles” (su tamaño podría permitirlo), la posterior denominada playa del Sablín, donde era despiezado y transportados esos productos resultantes de dicho despiece hasta antigua capilla de San Nicolás, la actual capilla de Santa Ana.

A partir de estas arribadas, comenzaba la fundición de la grasa, la salazón de la carne y la muy compleja limpieza de las barbas.

Buena Mar y hasta la vista amigos.

Fernando Suárez Cué

Bibliografía
“Enciclopedia General del Mar”
“Diccionario etimológico”. Joan Corominas
“Antiguos mareantes de Llanes”. Antonio Celorio Méndez-Trelles
“Leviatán, o La ballena”. Philip Hoare

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