A principios de febrero, distinguí sobre la proa de un barco a un pájaro pequeño, poco menos que un zorzal, de pico largo y mirada de “no haber roto un plato”, de color arena en la parte superior y muy blanco en el pecho, con los pies amarillo oscuro, que balanceaba la cabeza y emitía un silbido rápido y continuo.
No me fue difícil identificarlo, ya que gracias a un amigo que tuvo la ocurrencia de regalarnos una completísima guía de aves, me cuesta mucho menos ponerles nombre.
Se trataba de un andarrios chico, que mientras mantuve “la distancia de seguridad” me dejó observarlo.
Maiche Perela Beaumont
Imagen, Valentín Orejas
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