BUCEANDO EN “EL ORIENTE DE ASTURIAS”
Ayer, al atardecer, fui consciente de que la noche empieza a precipitarse sobre el día, que el verano ha perdido su fuerza. Hoy, ante la certeza de que la playa, por este año, se está acabando, me aceleré para ir al Sablón. El sol y el viento se desafiaban, como en la fábula de Esopo, si bien, al resguardo del muro, la mañana se mostraba tibia. Sin embargo, no decidí bañarme. Entonces me vino a la cabeza aquellos días en los que nunca tenía sensación de frío en el mar. Aguantaba en el agua todo el tiempo que me permitía mi madre, la cual pasaba medio verano a la orilla haciéndome señas y gestos para que saliera. Cuando al fin lo hacía, después de jugar unos instantes al despiste con ella, repetía, mientras me envolvía en una toalla, “estás congelada”, “tienes los labios morados”, “las yemas de los dedos arrugadas”. Yo negaba con la cabeza, seguramente estaba tan aterida que no me salía la voz. Ella aseguraba que porfiaba, pero lo cierto era que yo no sentía el frío.
De pronto, por una asociación de ideas, eché en falta a las pulgas de mar. Recordé a esos pequeños crustáceos con muchos pares de patas y antenas, muy activos, inofensivos, blancos y brillantes, que habitan en la zona intermareal, y se internan, para estar fresquitos, en galerías que excavan en la arena cuando ésta se seca. Me acordé que los observaba con atención, pues consideraba una proeza, para su pequeño tamaño, que pudieran saltar, catapultarse a un palmo de altura. Alguien me explicó que son capaces de dar esos saltos enormes e inconfundibles por estar dotados de un caparazón articulado, que actúa como una suerte de resorte. Después, me enteré que, además de acróbatas, también son astrónomos, pues se orientan por el sol y la luna en sus movimientos desde la playa hasta la línea de marea. Sentí la ausencia de las pulgas de mar, como si de antiguas compañeras de playa se trataran, que liberaban la arena, grano a grano, de los deshechos orgánicos, advirtiendo con su presencia la salud de la playa.
Dicen que su desaparición en tantas playas es sobre todo debido a nuestro comportamiento tan descuidado que trajo como consecuencia, entre otras cosas, la necesidad de la utilización de las máquinas de limpieza que tamizan, rastrillan y revuelven la arena. Es lo de siempre, la alteración de los ambientes naturales, para la que estamos tan capacitados, no dando importancia, en este caso, a los animalinos que viven sometidos al ritmo de las mareas, que bastante tienen ya con que dos veces al día se queden expuestos al sol, al viento, a la sequedad…
Imagen, “El Oriente de Asturias”
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