Hay veces que uno se encuentra obligado a aclarar algunas cosas, aunque eso suponga echar abajo una leyenda muy de su gusto.
Este es el caso de la palabra “carajo”.
Se denominaba con esta palabra, “carajo”, a la canastilla que, en lo más alto del palo mayor, en las antiguas naves, servían como lugar de vigilancia y observación, y como dicen las leyendas, lugar de castigo a donde enviaban a los marineros que habían cometido alguna falta.
Por eso y posteriormente cuando alguien molestaba y se querían desembarazar de él mandándolo a un desagradable lugar, lo mandaban al “carajo”.
Sobre esta viejísima historia, portales tan populares como Google o Wikipedia, recogen abundante material, pero ya sabemos que lo que nos cuentan estas dos fuentes de sabiduría, muchas veces hay que cogerlo con pinzas, ya que se quedan tan frescos al defender la acción que se denominaba “mandar a alguien para el carajo”, o “irse al carajo”.
Pero regresando al buque, una vez que el castigado marinero descendía de la plataforma hasta la cubierta, solía estar tan descompuesto, agotado y mareado que era incapaz de realizar ningún trabajo, y naciera el motivo por el que cual a veces se utiliza la expresión “no vales un carajo”.
Como veréis, la historia es bonita y emocionante por la cantidad de sus relatos y aventuras, pero es una lástima de que sea falsa, aunque haya sido recogida hasta en ciertos libros tildados como serios y algunos diccionarios de “medio pelo”, enseñándola además en algunos foros como si fuera cierta.
Nunca existió en los antiguos navíos sitio alguno al que denominaran “carajo”, y mucho menos como lugar de castigo al que enviaban a los marineros indisciplinados o díscolos, ya que a estos, sencillamente se les encerraba en los calabozos de las sentinas, a “pan y agua”. Mas bien “agua que pan”.
Es más, como la mitología popular es infinita, ya en tiempos de Cristóbal Colón, se empezó a llamar “carajo”, a una especie de atolón o isla lúgubre perdida en mitad del mar Caribe, en la que bajaban a los tripulantes indisciplinados, rebeldes o desertores, abandonándolos a su suerte, pero seguimos tratando con las más puras embusterías populares.
Ni el “Diccionario de la lengua española”, ni la “Enciclopedia General del Mar”, contemplan la existencia de la palabra “carajo”, en cambio, si admiten como de actual uso, la palabra “caraja”, a la que se define como …” Vela cuadrada que los pescadores de Veracruz largan en un botalón en ocasiones de navegar en popa o a un largo”.
La que sí admite es la famosa canastilla, a la que la “Enciclopedia general del Mar”, define como …” Remate superior de los jardines (los aseos), en cuyo hueco había un depósito de plomo lleno de agua para su limpieza”, mientras que el “Diccionario de la lengua española”, no la cita como elemento náutico.
La que sí aparece es la denominada “cofa”, (del árabe “coffa” igual a cesto), a la que define como una “meseta formada por varias tablas dispuestas de proa a popa, y unidas por otra serie de barrotes transversales”. Se colocaban en lo alto de los palos, sobre crucetas y baos, pudiendo contar a veces con una barandilla parcial, y siendo para nosotros ni más ni menos que un puesto de vigía.
Bien es cierto que la “Enciclopedia General del Mar”, define la voz “A la cofa”, como castigo consistente en una guardia de cierto tiempo en ella, aplicándose particularmente, a los guardiamarinas a bordo de los buques escuela.
En las carabelas y los galeones antiguos podía ser una caja redonda de madera algo más cómoda, o sea un barril, y al que más adelante se le llamó “torre de observación”.
En algunos países, entre ellos España, llegó a denominarse a la cofa como “nido de cuervo”, probablemente, porque en la mitología marina a veces aparecían cuervos en las cofas, junto a los vigías y navegantes.
Por lo tanto, no deja de ser curioso, que una de las expresiones más usadas de nuestro idioma, tenga un pasado tan oscuro. Aunque no seamos capaces de establecer con exactitud, dónde nació el término “carajo”, también es curioso cómo con el paso de los años, se le ha creado un origen náutico, y aunque el término no sea muy refinado, está perdiendo su connotación de palabra malsonante y se está convirtiendo en un término del lenguaje coloquial.
Como veis, estamos usando una palabra que jamás tuvo origen náutico.
Buena mar y hasta la vista amigos.
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