Contaba Ángel Pola que siendo crío acudía a una tienda en la calle Mayor para comprar elementos de pesca.
Allí, despachaba doña Librada, la cual con su dulce sonrisa que le iluminaba la cara y una voz de cristal, le preguntaba:
-¿Qué quier el mi críu?.
-Dos anzuelos de mundiates y dos de dorada.
Entonces, ella abría, ante sus ojos de niño, una caja que le maravillaba, pues además de los anzuelos que buscaba, tenía de palangre para el besugo y bonito, lo que le hacía imaginar proezas marineras. Algunas veces, de las tantas que iba a aquella tienda de los Noceda, que también vendía pan, le incluían en el precio un anzuelo más.
Añadía que hubo un tiempo en el que el comercio en Llanes poseía un sentido más que de negocio de función social, pues la idea del lucro estaba disminuida, soterrada y envuelta por la nobleza y el desinterés.
Imagen, Valentín Orejas
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