Siempre presumí de que yo jamás me había mareado en la Mar, y que había nacido acostumbrado a los suaves y rítmicos movimientos de las olas y mareas.
Pues bien, va a ser como que no, y os cuento.
Junto con mi padre, al hombre que yo más he admirado en mi vida, estaban “tiu Jesús” (Jesús González, marido de mi tía María), y “tiu Batá” (Baltasar Cué de la Fuente, hermano de mi madre)
El primero, bonachón y muy cariñoso, era muy grandón y fumaba en pipa, por lo cual a mi me impresionaba bastante, aunque por otro lado siempre quería estar con él porque nos contaba unas historias de Balmori (era oriundo de ese pueblo), y de México (donde estuvo un tiempo), que, a mi como crio, me dejaba con el “ojo cuadrado”.
Respecto a “tiu Batá”, fue con él y en su lancha “Aurora”, y después la “Lola”, donde yo empecé a salir a la Mar.
Salíamos a horas prudenciales, casi siempre a media mañana cuando el tiempo se marcaba sereno y apacible, y sin prisas no colocábamos a milla, o milla y media a pique de Llanes, en busca de las preciadas brecas, de las que era un verdadero especialista en sus capturas, ya que decía que era una pesca mas limpia que la de los calamares, que ya me la enseñaría años después.
Él con su caña y yo con la mía, ahí estábamos faenando, siguiendo sus sabios consejos, hasta que mirándome a la cara me preguntaba… ¿Tienes fame sobrinu?
No lo pensaba mucho para decirle que sí, que empezaba a tener hambre, a lo rápidamente me respondía, ¡Pues hala!… Recoge que vamos p’a tierra.
Arribábamos al puerto, atracábamos, arranchábamos la lancha, y nos íbamos a desayunar, unas veces a “Casa Ángel”, y otras veces a “Matute”, entre gentes de la marinería llanisca, a la que yo tanto admiraba, absorbiendo como una esponja todas las experiencias e historias que quisieran contarme.
Para desayunar nos partíamos un bocadillo de mejillones en escabeche (en mi vida tome cosa más rica que aquellos bocadillos), para terminar la fiesta por todo lo alto, cuando en un vaso con agua dejaba caer unas gotas de anís, solo para que cogiera ese color blanco tan característico de esa mezcla, y me permitía meter el dedo índice e ir chupándolo. Alegrarse la vida le llamaba él.
Yo estaba encantado con las aventuras pasadas con tiu Batá, y asombrado por salir con él a la Mar y que no me mareara.
Mas adelante recordando tiempos, me comento, que yo si me mareaba, pero que él al darse cuenta me sacaba de la lancha antes de que la cosa fuera a mayores.
Para ello, y ahora viene una explicación que los doctores en medicina es posible que no estén nada de acuerdo, se fijaba en mis orejas, pues al parecer el mareo comenzaba con un ligero malestar en el estómago y una falta de riego sanguíneo en la cabeza, que lo determinaban rápidamente las orejas al quedarse casi sin sangre, de un color cerúleo, Eso es lo que veía tiu Batá, respecto a los pabellones auditivos, y el comienzo del malestar estomacal era lo que notaba yo, confundiéndolo con hambre.
No se si será cierto o no, o si esta explicación científicamente carece de base, pero lo que yo sí puedo decir, es que conmigo funcionó.
¡Que tío, “tiu Batá”!
Y eso es todo. Buena Mar y hasta la vista amigos.
Fernando Suárez Cué
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