La política de pesca de la UE cada vez se percibe, siendo generosos, como algo poco razonable, falto de sentido, paradójico, en suma absurdo.
Al tiempo que la UE, “seducida” por esos colectivos que se erigen en salvadores de los océanos, acorrala a su flota, ahondando en su reducción, habilita, para satisfacer la demanda de pescado y marisco de sus ciudadanos, la entrada de productos pesqueros de países que son bastiones de la pesca ilegal.
Hace pocos días, el mandamás de este tinglado, el lituano Sinkevicius, se le llenaba la boca ensalzando a Vietnam, uno de esos bastiones, como “fuerte socio medioambiental”.
Asimismo, tenemos firmado un tratado bilateral con Ecuador, que también está en la lista de “las tarjetas amarillas”, por el que se le garantiza el 0% de arancel en productos pesqueros.
En cuanto a las importaciones de Rusia, y a pesar de la situación, han escalado a máximos históricos, rozando los 540 millones de euros, un 50% más en los primeros seis meses de este año que en el mismo periodo del pasado.
También, importamos de más países amonestados, como Panamá.
Tal parece que a la UE le importa más la política verde, pero solo en su territorio, que su flota y los alimentos esenciales que captura, ya importamos 6 kilos de cada 10.
Además, en estos momentos en que la pesca vive una de sus crisis más agudas, Bruselas criminaliza a sus pescadores.
Y por si todo lo anterior fuera poco, los consumidores no estamos a la altura, y como muestra un botón, en España no hace más que bajar el consumo de la merluza y nunca se comió menos sardina, en paralelo aumenta la compra del salmón noruego, ese país que se adjudica sus propias cuotas de pesca.
Imagen, Valentín Orejas
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