Ahora bien, otros expertos tampoco lo tienen demasiado claro, aunque sí aseguran, como dice Rafael González Quirós, director del “Oceanográfico de Gijón” que «el comportamiento de los boquerones y el de los calderones no tiene nada que ver», y que a su juicio, la explicación más probable es que fueran anchoas pequeñas, que se acercaron a la ría que desemboca en Barro, «a comer» y se quedaron atrapadas en una poza con poca agua, al bajar la marea.
Las zonas de puesta de huevos son el borde del talud, junto a la costa francesa y en las desembocaduras de los ríos de toda la costa cantábrica. «Los bocartes que aparecieron en la playa deberían ser de la puesta al borde del talud. Vienen desde el Golfo de Vizcaya, se van acercando a la costa y a veces se adentran en las rías para alimentarse».
El director del “Oceanográfico” recuerda un caso similar del que fue testigo en 2009, año en el que la anchoa volvió a recuperarse después de una parada biológica de casi cinco años. «Fue en la playa de La Griega (Colunga) y se especuló con un montón de posibles motivos», rememora González Quirós.
Por lo tanto y en un principio, la teoría de la desorientación o la presencia de alguna sustancia en el agua parece casi descartada, a la luz de lo que explican los expertos.
O sea, yo estoy como estaba, ya que, aunque hay muchas especulaciones sobre este sorprendente comportamiento de estos pequeños peces azules, no hay una explicación veraz y convincente. Habrá que esperar, como siempre.
Hasta la vista
Fernando Suárez Cué
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