Entre los muchos alicientes que tiene el Paseo de San Pedro, de Llanes, está la visita a la cueva del Taleru, lugar estratégico en tiempos pasados para avistar cetáceos, junto a Cabo San Antonio, en Picones, y Punta de Jarri o la Torre.
Estando allí, vienen a la mente aquellos atalayeros provistos de catalejos o anteojos con radio de acción no mayor de veinte leguas, a los cuales pagaba la Cofradía de San Nicolás a razón de 220 reales, que se hacían efectivos en dos partes, al inicio y al final de la campaña que comprendía desde el 1 de noviembre al 15 de marzo.
Asimismo, si el día es neblinoso, se presta a suponer que, además de valerse de los ojos, los atalayeros afinarían los oídos para percibir los sonidos de los soplidos de esos animales.
También, resulta fácil imaginar el humo de las hogueras, que encendían con árgoma verde y brea, para alertar del avistamiento, y casi podemos escuchar tañer la campana de la iglesia y al vecindario gritando: ¡A la ballena!¡A la ballena!.
Y volviendo al tiempo actual, sobre la cueva del Taleru hay una cruz, que no es la primitiva, sino bastante reciente, la cual tiene al parecer el significado de recordar un naufragio acaecido frente a tal lugar.
Y no solo encontramos esa cruz, ya que, como fuera de lugar, empotrada en la torre del antiguo Semáforo existe una segunda, con una inscripción ilegible, al menos para mí, que es un resto del viejo Viacrucis que había para subir a la ermita de San Pedro.
Desgraciadamente, esa cruz casi no se ve, pues está escondida tras maleza y un agave, esa planta de crecimiento lento que desarrolla una flor más alta que las hojas, y que en el mismo año que florece, fructifica y muere.
Imágenes, Valentín Orejas
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