Pocas cosas en Llanes representan tan acertadamente “la fortuna que vino del mar” como la mansión Villa Parres, conocida en la villa como palacio de Partarríu, porque la gran finca que lo delimita terminaba a orillas del río Carrocedo. El promotor fue José Parres Sobrino, el proyecto obra del arquitecto cántabro Valentín Ramón Lavín Casalis, la fecha de inauguración la de 1898 y más de un siglo después se convertía en pieza clave de la historia local camino a la conquista de Hollywood al haber dado cobijo la casa a una angustiada Belén Rueda en la película ‘El Orfanato’.

   El dinero para levantar Villa Parres procedía de México. El promotor, Parres Sobrino, era sobrino, administrador y uno de los herederos de Faustino Sobrino Díaz. El tal Faustino, nació en Llanes el 15 de febrero de 1827. En 1841, a la edad de 15 años, emigró a México reclamado por sus hermanos Nemesio y Sinforiano. El 18 de mayo de 1865, tras 23 años de residencia en el país azteca, contrajo matrimonio con Isabel de Teresa Miranda, hija del llanisco Nicolás de Teresa, uno de los hombres más ricos, influyentes y mejor relacionados de México. Aprovechando aquella red de sociabilidad, Faustino acumuló una impresionante fortuna en negocios relacionados con el comercio, la banca y las pujantes fábricas de textiles e hilados. Cruzó nueve veces el Atlántico, falleció sin descendencia y una parte muy importante de aquella inmensa fortuna fue gestionada por su sobrino José Parres Sobrino, que era hijo de Antonia Sobrino Díaz, hermana del acaudalado Faustino.

   De José Parres Sobrino se sabe casi todo, da nombre a la plaza mayor de Llanes y no está de más recordar que nació en la villa en 1865 y falleció en el palacio de Partarríu el 6 de noviembre de 1917, a la edad de 52 años. Estudió Derecho en Oviedo y Madrid, fue político en el bando liberal, viajó por Europa, fue diputado y senador por el Burgo de Osma y cuando falleció, en circunstancias que hacen volar la imaginación, ejercía como fiscal del Tribunal Supremo.

Pepín Parres

   Parres Sobrino encargó el proyecto para levantar el palacio de Partarríu al arquitecto cántabro Valentín Ramón Lavín Casalis, que se había graduado en 1887 y ejerció como arquitecto municipal de la ciudad de Santander durante 35 años, los que van de 1892 a 1929. Alguien escribió un día que Partarríu había sido un encargo de José Parres Piñera, el padre de Parres Sobrino, pero ese dato no se ajusta a la realidad y los que vinieron detrás copiaron, y todavía repiten. Y es que Parres Piñera falleció el 9 de noviembre de 1889, ocho años antes de que Lavín recibiera la encomienda de proyectar Partarríu. La construcción de Villa Parres tuvo una gran resonancia en su momento y le abrió las puertas a Lavín para ser elegido a la hora de proyectar las Escuelas de la Arquera, financiadas por el indiano habanero Manuel Cue Fernández, aunque como mejor tarjeta de presentación le llevó a construir la gran mansión que en Colombres levantó el emigrante mexicano Íñigo Noriega Laso, la Quinta Guadalupe, que hoy alberga el Archivo de Indianos.

    Para finalizar la exposición habrá que ocuparse de la casa, una mansión levantada con la fortuna que desde México trajo el mar. Para ello nada mejor que seguir la línea argumental ofrecida por la llanisca María Cruz Morales Saro, catedrática de Historia del Arte, quien adelantó sobre el arquitecto Lavín que siempre se muestra “ampuloso y desmedido”, al tiempo que “le agradaba disponer de amplios medios económicos y pocas limitaciones”. Sobre el edificio sostiene Maricruz que “es una casa conectada plenamente al exterior con el predominio de amplios ventanales”. Textualmente dice Morales Saro que “el proyecto apuesta por la apariencia y la grandiosidad”. Y sitúa esa imagen de majestuosidad en las dimensiones de la planta, la cantidad y amplitud de vanos, la reiteración de las baterías de terrazas y galerías de cuerpos añadidos, así como de la variada organización de las cubiertas. Concluye la historiadora llanisca valorando que “siguiendo una de las tradiciones de la composición ‘pintoresca’, la jerarquía del edificio podía medirse por el movimiento y la variedad de las cubiertas, que se multiplican, chocando, unos ejes contra otros. Una consecuencia es que las plantas se torturan y dan lugar a múltiples espacios residuales e irracionales, como consecuencia de que prima el exterior sobre el interior”.

   Ya reseñamos que Partarríu encaja en el flujo de la fortuna que cruzó el Atlántico. Hoy es historia pasada que no mueve molino. En la gran finca van a levantar seis bloques de viviendas y nada se sabe sobre la futura utilidad del edificio decimonónico. De momento, permanece envuelto en un preservativo de plástico.

Imágenes, Nel Acebal, “El Oriente de Asturias” y “Llanes y América”

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