La tercera vez que salí en el “Virgen de Guía”, el barco que lleva grabada en la proa una imagen que pintó Jesús Palacios de esa Virgen que vino por la mar, todo siguió pareciéndome de mentira.
Abandonamos el puerto casi a oscuras, el cielo estaba nublado, el viento en calma y el mar claro y transparente. Y a pesar de que dicen que se pesca más cuando el agua está revuelta, aquella mañana, desde que empezaron a halar el primer aparejo, no dejaron de subir salmonetes a bordo, al tiempo que un montón de gaviotas daban vueltas a nuestro alrededor.
Ante “mis ojos como platos” por aquel sinfín de esos peces rojos anaranjados de grandes escamas y barbillones, el patrón, con esa paciencia que poseen quienes han aprendido que no hay ventaja en darse prisa, me explicó que eran salmonetes de roca, que se distinguen de los de fango, menos apreciados, en que tienen una banda oscura longitudinal y tres líneas amarillas en los flancos. No tardé mucho tiempo en enterarme de que el patrón del “Virgen de Guía” se preciaba, con toda la razón, de pescar los mejores salmonetes. Mientras me regocijaba por poder disfrutar de una jornada más de pesca y escuchaba cantar los pescados, salió el sol, y un tibio calor me adormeció, sacándome de aquel agradable sopor el cambio en la entonación de la voz del patrón anunciando: “Un bogavante curiosu”.
Me incorporé y hundí la mirada en el agua, entonces lo divisé, tenía el azul de las profundidades del océano. No se me han olvidado las risas de los marineros cuando escucharon al patrón, ante mi asombro por el hermoso color del imponente animal, musitar que yo solo había visto bogavantes cocidos.
Después, al tiempo que lo desmallaba y colocaba las gomas en las bocas, me contó que este crustáceo de diez patas, abdomen en abanico y larga vida-dicen que pueden llegar hasta los 50 años- se ve obligado a desprenderse de su duro caparazón para crecer, y que este fenómeno se denomina muda. Me fue fácil imaginar al bogavante “pegando el estirón “ y vulnerable sin su coraza.
También, me refirió que está dotado de dos pinzas o bocas diferentes, la mayor, habitualmente a la izquierda, tritura; la de la derecha, de borde afilado, corta. Además, si pierde la izquierda, la más importante para su medio de vida, en la siguiente muda la boca de la derecha se convierte en trituradora, generando la pata sin pinza otra de corte. Así, aprendí que los bogavantes pueden pasar de ser zurdos a diestros.
Aquella jornada de pesca todavía me depararía una sorpresa más, cuando regresábamos a puerto pude contemplar a un pez luna, esa criatura redonda, plana, con cara de buena gente y que ronca despierta, remoloneando en la superficie del agua.
Mi último recuerdo de aquel día irrepetible es que cuando desembarqué, con la cara llena de sol y emoción, seguí sintiendo durante un tiempo el vaivén del barco.
Maiche Perela Beaumont
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Que catarata de sentimientos y emociones tan sutilmente descritas…. Me ha gustado mucho el artículo Maiche
Gracias por tu comentario, Juan. Lo que dices es como una vitamina para escribir.