En la evolución de las lanchas vaporas del Cantábrico, se contempla el progresivo desplazamiento hacia proa de la caseta de gobierno y además caracterizadas por su poco arrufo y popa en “cola de pato”, conservando además en muchos casos, el mástil de proa para armar una trinquetilla firme en el noray, y el de popa para envergar una mesana en candonga, con el fin de faenar pudiendo aproarse al viento, y ponerse a la capa durante algún tiempo.

Acostumbraban a faenar al “cerco” y al “curricán” (cacea), y las mayores andaban sobre los 18 m. de eslora, 5 m. de manga y puntales de 3 m., y siguieron construyéndose hasta 1950, en que el casco y su básico concepto, siguen inmutables.
Hacia mediados de los años treinta, poco antes de nuestra Guerra Civil, aparecen los muy peligrosos motores de explosión interna (gasolina como combustible) y los más seguros y menos peligrosos motores térmicos (diesel como combustible), propiciando que los cascos de las embarcaciones tuvieran unas “líneas de agua” mucho más finas en las carenas, y aumentando sus calados, con lo que se consiguió un mayor espacio interior.

Estos motores más ligeros y menos voluminosos, son de construcción extranjera: alemana, inglesa y escandinava. Se empiezan a instalar neveras y bodegas separadas, con lo cual el pescado ya no iba a parar al rancho de la tripulación, tal y como se venía haciendo
Vapora de 1940. Se distingue perfectamente la bandera española pintada en sus amuras, señalando que este pesquero pertenece a un país no beligerante. Estamos en plena Segunda Guerra Mundial.

Fernando Súarez Cué
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