Hace unos días, releyendo el especial que publicó EL Oriente de Asturias con motivo de su 125 aniversario, encontré un artículo de Juan Uría Maqua que refiere, basándose en un documento del Registro General del Sello de Simancas, un curioso incidente sobre los derechos a unos halcones peregrinos que anidaban en el Castro de Ballota, a principios del siglo XVI.
Partiendo de ese documento, fechado en Burgos el 13 de julio de 1515, el historiador asturiano deduce una serie de hechos a través de los cuales se puede hilvanar un pequeño relato, que viene a ser consecuencia de las rivalidades propias de aquellos tiempos.
Todo parece comenzar cuando el Rey Fernando el Católico, sensibilizado por el terrible incendio de 1509, tiene ciertas atenciones con nuestra Villa, y en agradecimiento los llaniscos deciden corresponder al monarca con algún detalle. Sabedores de la gran afición del rey por la cetrería, pensaron que no podían ofrecer mejor presente que algo relacionado con el arte de cazar piezas menores valiéndose de aves de presa. Así, en el verano de 1514 eligieron unas crías de halcón que anidaban en el Castro de Ballota, considerándolas las rapaces más rápidas y cosmopolitas y también las de aspecto más orgulloso, y se las hicieron llegar.
No hay constancia de la opinión del rey Fernando acerca de los jóvenes falconiformes azulados llaniscos, pero aquel regalo causó problemas a los vecinos de la Villa, ya que su poder de disposición sobre los halcones del peñón de la playa llanisca era discutido por los hidalgos de la Casa de Noriega, en Ribadedeva, que pretendían, en virtud de cierta concesión, tener derecho a la mitad de las aves que criaban en aquel lugar.
Ante el hecho consumado, los hidalgos de aquella Casa reaccionaron tomando represalias, y aprovechándose de que por sus términos jurisdiccionales (los concejos de Ribadedeva y las dos Peñamelleras no pertenecían por entonces al Principado) pasaba el mejor camino para que los mercaderes de Llanes se comunicaran con la Meseta, les salían al paso con toda clase de amenazas y desafíos.
La situación llegó a ser tan tensa que para evitar hostigamientos, los comerciantes del Concejo se vieron obligados a dar rodeos, tomar rutas difíciles y tortuosas, descendiendo profundas hoces y remontando puertos.
Aquel intolerable acoso fue conocido en la Corte, y a pesar de que seguramente los hidalgos de la casa de Noriega, en pago a servicios prestados, tenían alguna clase de concesión sobre los halcones de Ballota, la reina Juana tomó cartas en el asunto a favor de los llaniscos, poniendo fin a aquella fricción, por otra parte tan habitual entre pueblos vecinos pertenecientes a administraciones distintas.
Maiche Perela Beaumont
Fotografía: Valentín Orejas
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