Con la instalación de las fábricas de conservas y salazón el bocarte, que hasta entonces tuvo un bajo valor, aumentó de precio. Así, nuestros pescadores abandonaron otras costeras para dedicarse de lleno a pescar “el pez de oro”, como llamaban al sabroso boquerón o bocarte.
Algunos días se reunían en nuestro puerto treinta y cinco y cuarenta vaporcillos de diversas matrículas para dejar su cargamento repartido entre las fábricas establecidas en Llanes, “Conde, Teresa y Pedregal”, “Ignacio Villarías” y “Juan Vela”.
La escena de la subasta era muy peculiar, la embarcación atracaba al muelle, si la marea subía, porque sino se quedaba en la barra.
Los compradores bajaban a bordo a examinar el bocarte. Luego volvían al muelle, donde reinaba el silencio hasta que cualquiera de ellos señalaba el precio.
Entonces, empezaba la puja salpicada de ocurrencias por parte de los marineros.
No podemos acabar sin apuntar que aquella fábricas daban ocupación a más de 200 mujeres.
Maiche Perela Beaumont
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